miércoles, 26 de diciembre de 2007

Siena y la pesadilla rosa

Día 3:

Bueno, voy a contar mi experiencia en nuestro tercer día de viaje por la Toscana italiana. Supongo que habrá otra versión, no se si parecida o no.

El día comienza con una visita a la ciudad medieval de Siena. Para ello debemos coger un autobús junto a la estación de tren y de camino entramos en un bar a comprar algo para el desayuno. Yo me decanto por un sandwich de atún, mayonesa y tomate natural, pensando en "ir a lo seguro". Todavía me dan arcadas cuando pienso en ese tomate con sabor a amoniaco, aun así me lo zampé en el autobús, aunq retiré el asquerosito tomate... Pax optó por un rico y saludable bocata creo que de salchichón o algo así...

El trayecto duraba casi una hora q pasó volando entre desayuno, pistachos y un cálido sol que se colaba por la ventanilla y que me hizo dormitar un poco.

Una vez en siena visitamos la iglesia de San Domenico desde donde se contemplan espectaculares vistas de la ciudad ocre, la casa de Santa Catalina patrona de la ciudad, y recorrimos sus preciosas y empinadas callejuelas empedradas hasta llegar a la imponente Plaza del Campo, donde hicimos un pequeño descanso para acometer la visita del Duomo, mucho más interesante por dentro que el de Florencia.

Volvimos a la gran Piazza para comernos una pizzas allí tiraos bajo el solito y volver a tomar el autobús que nos llevaría a otro de los lugares más pintorescos de la comarca, San Gimignano.

Hay que decir que Siena es de esas ciudades que realmente llaman la atención. Hay que ir. Se ve en un rato, pero merece la pena. Como siempre es la masificación turística la que acaba con parte del encanto de la ciudad pero tiene algo que te embauca.

Hasta aquí todo iba bien, incluso habíamos comido unas pizzas simples pero ricas y por muy poco dinero. Pero fue montarnos en el autobús y encarar las curvitas que nos dirigían al bonito pueblo, y comenzar la pesadilla.

Para empezar, el viaje duraba como una hora y media y el pueblo estaba ahí al lado, pero es que era un autobús de línea que no es que parara en to los pueblos (vamos que había dos pueblos de por medio), es que te hacía una ruta por cada uno parando cada 100 metros. Bueno el caso, que cada vez me iban entrando más fatiguita y mas calufa, y cuando llegamos a San Gimignano salté del autobús sin abrigo ni na con unas ganas de echar la pota que te cagas... vamos, que nunca mejor dicho, porque dos bares después hice honor a la frase anterior.

Dice Paz que el pueblo era superguapo, y debió serlo pero yo solo puedo hablar de los baños de los bares y cafeterías, que por cierto, con gran sorpresa puedo decir, que estaban muy limpios y bien provistos de todos sus avíos.

Dado mi estado decidimos buscar una farmacia y otro autobús que nos llevara a nuestra casa florentina. Y ahí comenzó la segunda parte de la odisea. La farmacia bien, la encontramos de camino y su dependienta muy amable y eficaz como todos los lugareños, nos vendió algo parecido al Primperán. A todo esto, a mi ya me había entrado una fiebre que me estaba haciendo estragos y la siguiente imagen es yo sentado retorcido en la parada de autobús chasqueando los dientes, mientras Paz trataba de enterarse a donde nos iba a llevar el dichoso autobús.

Y no era a Florencia, no, era a otro pueblo donde había que cojer oootro autobús. En ese trayecto fue donde agradecí el momento en el que no tiré una bolsa de plástico que tenía en la mochila e hice buen uso de ella durante todo el camino.

Tras varias horas de viaje (o eso me pareció a mí) bajamos del autocar yo agarrado como un poseso a mi bolsita cuyo contenido deposité en una socorrida papelera. No así la bolsita claro, que aún me debía ser de gran ayuda. Puedo afirmar que no recuerdo peores momentos que cuando me hayaba sentado en el banquito de aquella pseudo-estación, tiritando como un cabrón, rondando los cero grados y con Paz como loca intentando averiguar como salir de allí.

Pero todo podía empeorar. Ante la repentina llegada de un nuevo autobús, otro más, salimos corriendo hacia él con la mala fortuna de que el bote del sucedáneo de Primperán que estaba en el bolsillo de mi abrigo se precipitó sobre el pavimento de la estación con un irreverente CHAFF!! creando un charquito de un viscoso líquido rosa...

Jejeje, ahora me río pero en aquellos instantes en los que nos mirábamos mutuamente, y de reojo al charquito, con la conveniente frase, de "vaya, que mala suerte", fue cuando realmente sentí pena ajena, pero a la vez propia. Es decir pena de nosotros mismos, joder que mal rollo, y la pobre Paz que ya no sabía que hacer, cojió el bote, rescató algo de lo que quedaba y me lo ofreció en el taponcito en una estampa tan tierna como dramática.
Engullí el jarabe y nos metimos en el bus, y a los pocos minutos ya estaba el jarabe en la bolsita de plástico de la que n0 me separé hasta el día siguiente.

El resto de la historia se resume en llegada al hotel, 37,8 de fiebre, Paz en busca de otra farmacia, y un termómetro robado a la recepción del hotel. Ah, y mucho Acuarius.

Pasamos la noche como buenamente pudimos y al día siguiente, pusimos rumbo al Lago di Garda.

Fotos del día (solo de Siena, luego estaba yo como pa muchas fotos):






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